4 D’AGOST
Querido misionero peruano,

Nos recuerda, también que Él es nuestro camino, la verdad y la vida, y nuestro alimento. Nos recuerda, como dice otro gran amigo celestial mio, San Pablo, en Él «vivimos, nos movemos y somos» (Hechos 17,28), que Él es nuestra vida - «para mí la vida es Cristo» (Fil 1,21), afirmó el maestro de la gentilidad- y que «sin Él, nada podemos» (Jn 15,5), pero con Él todo lo podemos.
El domingo se convierte así el día de la esperanza, de la nueva vida, la vida en Cristo, que reclama de nosotros ser conscientes y vivir coherentemente. Además, es el día de la Iglesia, en la que Cristo continúa viviente y presente por el don del Espíritu Santo. Ella se une a la liturgia del Cielo para celebrar y alabar a su Señor y Salvador, que nos convoca a esta comida divina, como participación de su intimidad. El domingo nos hace ver, pues, que la Iglesia es morada de comunión, donde todos llegamos a ser miembros del Cuerpo de Cristo y hermanos de una familia santa, de un nuevo linaje, el linaje santo de los hijos de Dios. «Recordemos para santificar»: somos hijos santos de un Dios tres veces santo. Darnos cuenta de esta nuestra identidad nos lleva a vivir como lo que somos.
Así que ya sabes, joven misionero, santifica este domingo y ten mucha presencia de nuestro Señor, ¡que es su día!
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