SANTA ROSA CARTA 27

10 D’AGOST

Querido misionero peruano, 

Hoy vengo a hablarte de algo que quizás te sorprenderá: la mortificación. Y pensarás, ¿porque Santa Rosa me cuenta esto ahora, en pleno veranito, con lo bien que estoy con mis caprichos y lujos? Pues bien, la mortificación es una manera de acercarse mucho a nuestro Padre. La mortificación está basada en pequeños sacrificios, y es que los sacrificios más importantes son los propios de la vida ordinaria: sonreír cuando se está cansado, acompañar a una persona en un trayecto, no retrasar un trabajo aunque aparezca la desgana…

La mortificación es una manera de alcanzar la santidad en la vida ordinaria, sin hacer grandes gestas. Te habrás dado cuenta en estos días que en Perú predomina en la comida un fruto del mal, la Allium cepa, una planta herbácea bienal perteneciente a la familia de las amarilidáceas. La conocemos como cebolla, y Dios la creó para que nos podamos mortificar con ella. Y si tienes un paladar destrozado y te gusta esta aberración culinaria, no te preocupes, hay muchísimos ejemplos mas de maneras de mortificarse. Y es que la mortificación es el freno deliberado a los impulsos naturales con el fin de ayudar a la persona a alcanzar la santidad, obedeciendo a la razón iluminada por la fe.

Y pese a que “el único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación” (cf Hb 9,13-14), nosotros podemos unirnos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.

Así que ya sabes, joven misionero, “el sacrificio tiene que estar presente en la vida del cristiano, como lo estuvo en la vida de Cristo. El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual” (Cfr. 2 Tm 4). Busca en tu dia a dia pequeñas mortificaciones, y úsalas para dar gloria a Dios. Y cuando creas que tu pequeño sacrificio es demasiado duro, recuerda: ¡Él dió su vida por tí!