8 D’AGOST
Querido misionero peruano,
Hoy vamos a ir al desierto. Pese a que ahora hay grandes inventos como el GPS, el Google Maps… antes, la gente usaba una brújula para no perderse en la inmensidad del desierto y sus interminables dunas. ¿Has usado alguna vez una de estas? Siempre marca el Norte para que en todo momento puedas orientarte y saber hacia dónde ir. Aunque físicamente no lleves ninguna, que sepas que tienes una interior… una que apunta 24/7 a Dios. Y pese que tu conozcas a tu Padre del Cielo, no todo el mundo conoce a Dios y cree.
Desde esta perspectiva, la comunión de los santos nos abre nuevos horizontes en comprender el profundo vínculo entre la fe de unos cuantos y la salvación de muchos. Tanto es así que la Iglesia ora a diario en la santa Misa: «no mires nuestros pecados, sino la fe de la Iglesia ». Fue por la fe de los amigos que Jesús curó al paralítico: «en ver la fe de ellos, dijo al paralítico: "Coraje, hijo, te son perdonados los pecados" »(Mt 9,2).
De nuestra correspondencia al querer divino dependen muchas cosas grandes en esta vida. Quien ama a Dios y lo trata en la oración y la adora en la Eucaristía entenderá con la más profunda radicalidad la necesidad de ir hacia el hermano, porque Dios lo quiere, y amándolo ama a Dios. Y es que, querido misionero, el amor a Dios incluye la misión hacia los hermanos.
Asimismo, el amor a los hermanos nos abre a Dios, pero no lo suple. El amor es siempre interpersonal, entre dos personas, y su dinamismo no queda más implícito. Hay que quererlo "personalmente", a cada una de las personas divinas, de tú a tú. Sin embargo, la primacía la tiene siempre Él: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. "(Mt 10,37). No se trata, pues, de estimar sólo los hermanos, y así ya amamos a Dios, sino de amar Dios en los hermanos y en ellos descubrirlo para servirle.
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